Observar un Cielo Encantado

Experiencias astronómicas en Cuenca

Observar un Cielo Encantado

En esta recreación del origen de la Tierra del artista creativo Ron Miller (1947-), el lector se puede sentir sobrecogido. Muestra un paisaje en tiempos del Hádico, entre unos 4.500 y 3.500 millones de años.  El “acogedor” terreno, desprovisto de ríos, lagos o de una mísera brizna de yerba, está tachonado con calderas volcánicas activas. Pero en el cielo la visión no es más halagüeña. Los rayos culebrean en el cielo mientras veloces meteoros no dejan de cicatrizarlo. Todo ello bajo la atenta mirada de una hercúlea Luna, cuyo ángulo sólido debía ser unas 3 veces mayor que el de la actualidad.

Pero este escenario que a nosotros -vulgar especie humana- nos pueda parecer estremecedor, resulta que contiene las condiciones ideales para que aparezcan los primeros organismos biológicos: las bacterias. Lo que nosotros llamamos infierno, ellas lo llaman hogar, parafraseando diálogos de películas bélicas de los años 90.

Sin duda, la comunidad científica coincide en que estas bacterias están muy lejos de ser nuestros primeros ancestros. Todo lo contrario: la vida se pudo haber creado y extinguido varias veces antes de llegar a LUCA (last universal common ancestor). Hubo que esperar unos cuantos centenares de millones de años para que la Tierra se enfriara y después de eso, que escampara el llamado periodo de intenso bombardeo, que aconteció hace entre unos 4.000 y 3.850 millones de años.

Este es el sucinto resumen del origen de la vida en la Tierra. Y estamos seguros de ello. Lo podemos afirmar con todo el orgullo que nos dan los casi 10.000 años que lleva esta especie observando la Naturaleza. Ello incluye el cielo. Homo astronomus. Gran parte de ese conocimiento lo hemos obtenido irguiendo el cuello hacia arriba.

Los astrónomos aficionados somos personas muy extrañas; a diferencia del resto de población, nos gusta mucho salir los fines de semana por la noche y llegar a altas horas de la madrugada a nuestras casas. Incluso a veces también tenemos tiempo para salir con nuestros telescopios a hacer sesiones de observación. Pero… ¿qué es una sesión de observación? Veamos:

Dos son las ramas principales del conocimiento: el microcosmos y el macrocosmos (curiosamente, para estudiar ambos, nos solemos valer de los fotones). Pues bien, se puede decir que la astronomía estudia el macrocosmos. Y además, ha sido siempre una ciencia muy social, acaparando gran interés por parte de la población.

En efecto. Esto se explica por la facilidad que tenemos para acceder al cielo. Solo hay que girar el cuello. Por el contrario, estudiar un yacimiento fósil, una descomposición radiactiva de isótopos o una PCR ya es más complicado. Es por eso que a lo largo de toda su historia, la humanidad siempre ha estado vinculada a ella. Dicen que la astrología es la abuela, la astronomía es la hija y la cosmología es la nieta. 

Por otra parte, otra explicación del éxito social de la astronomía radica en que en ella coadyuvan distintas disciplinas científicas. Quizá no debiéramos catalogarla como una ciencia. Es un compendio de ciencias: matemáticas, física, química, geología, biología, ingeniería, arquitectura, informática, filosofía, historia, literatura, latín, griego… derecho. Sí, derecho, cada vez más necesario toda vez que socializamos el espacio más allá del campo gravitatorio terrestre. Y bueno, es también oportuno recordar aquí a egregios abogados como Edwin Hubble (1889-1953), Nicolás Copérnico (1473-1543), Pierre de Fermat (1607-1665), Francois Vietta (1540-1603), Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), Antonie Lavoasier (1743-1794), … Todos ellos han hecho grandes contribuciones al mundo de la astronomía en particular y a la ciencia en general.

Es al fin y al cabo la astronomía como un ramo de flores, cada una diferente y cada una con un olor a cual mejor. Además, estudiar fenómenos en el firmamento, enriquecen los observados en la Tierra y al mismo tiempo, éstos también enriquecen aquéllos, en un hermoso bucle de realimentación del que se aprovecha el método científico. Éste, no es otra cosa que postular una hipótesis, realizar un modelo que la explique y por último, someter dicho modelo a la experimentación. El Universo no es sino una gran mesa de laboratorio. Grandes han sido los avances en el conocimiento de la verdad gracias al método científico. Entendamos verdad como concepto aristotélico de correspondencia entre lo que se afirma sobre la realidad y lo que es la realidad.

Estamos en una época maravillosa porque estos avances científicos están al alcance de todo aquel individuo de la especie humana que tenga curiosidad por conocerlos. Para la teoría tenemos universidades, bibliotecas, libros, internet, … Luego está el acceso a la experimentación: comprobar esas teorías con nuestros propios ojos. En el caso que nos concierne, un experimento consiste meramente en una observación.

Cualquiera que mire al cielo es un astrónomo. El cielo es el único paisaje que no ha mutado a través de los milenios. Es el mismo que ha visto Aristóteles (384-322 a. C.), Copérnico (1473-1543), Newton (1642-1727), Einstein (1879-1955), … Todo lo demás ha sido sometido a cambio: las ciudades, los paisajes, los ríos, las montañas, los mares…

Pero, si queremos ir más allá de nuestros sentidos, trascender al tamaño de nuestra pupila, estirar el tiempo de captación de fotones de las células fotosensibles de nuestra retina o su espectro de absorción, hay que gastarse algún dinero en los telescopios y sus adminículos: monturas, sensores, filtros… Potentes ordenadores, software especializado, dispositivos electrónicos… Cúpulas, observatorios en tierra, en el espacio, sondas interplanetarias… Detectores de neutrinos, colisionadores de partículas, interferómetros de ondas gravitatorias…

Es inconmensurable el conocimiento adquirido gracias a la astronomía profesional. Tanto como lo es el esfuerzo económico que ha necesitado. Es oportuno aquí entrar de forma sobria en el eterno debate: ¿merece eso la pena, habida cuenta de los problemas terrenales que asolan a la humanidad?. Bueno, como cita Ángel Molina en su web www.diarioastonomo.com, “los dinosaurios no destinaron esfuerzo alguno a la construcción de observatorios. Y todos sabemos cómo les fue”.

La astronomía amateur también requiere un esfuerzo económico si ésta se quiere practicar con rigor. La buena noticia es que en todas las ciudades importantes del mundo existen aficionados que se dedican a divulgar estos conocimientos. En Castilla – La Mancha esta democratización del conocimiento la hacen las empresas de turismo astronómico, como Cielos Encantados.

Otra buena noticia es que aún quedan reductos en este planeta donde la iluminación antropogénica todavía no ha velado a la noche. La Serranía de Cuenca es uno de ellos, donde tenemos uno de los mayores centros del mundo para la conservación de una especie en peligro de extinción: la Vía Láctea.

La observación de un cielo limpio con un buen telescopio, ya sea con un ocular o con sensores electrónicos, permite al afortunado observador disfrutar de paisajes como las rimas de la Luna, las divisiones de los anillos de Saturno, una Enana Blanca, una galaxia que se encuentre a decenas de millones de años luz de distancia… Sin intermediarios. Sin interpretaciones. Sin opiniones. Solo el observador y el objeto. Nada más.

Por eso, cada sesión de observación es una experiencia única e inolvidable. Cuando las aves enmudecen y el viento se adormece, es porque ha llegado la noche. La soledad comienza. Nos llega la sensación de estar en el lugar y en el momento correcto. Contemplando nuestro sistema de referencia. Nuestro aquí. Nuestro ahora. Estamos admirando nuestro barrio, nuestro hogar. Quizá también a nuestros vecinos. Sí, vecinos. Más de 5.000 exoplanetas se conocen a día de hoy, que llevan más de 10 mil millones de años de evolución. También experimentamos con la Ley de la Gravedad, la Teoría de la Relatividad Especial y General. La mecánica cuántica. El modelo estándar de partículas. Ése y no otro es nuestro hogar.

Contextualizar el espacio-tiempo es una más de las habilidades que distingue a nuestra especie de otras. Pero además nos hace sentirnos vulnerables y temerosos, nos despoja de ese orgullo con el que nos revestimos al relacionarnos con nuestros semejantes. Como decía Carl Sagan, (1934-1996), “la astronomía es una experiencia de humildad que forja el carácter”. En definitiva, nos hace ser mejores personas.

También están los niños… Acuden a nuestras observaciones. Quizá dentro de 30 o 40 años, una mujer cuando se disponga a recibir el premio Nobel por su prestigiosa carrera científica, por haber solucionado grandes problemas que asolaban a la humanidad, al pronunciar su discurso frente al Rey de Suecia de turno, hable con cariño de una remota observación que hizo en su infancia y que la espoleó hasta conducirla a ese atril.

Por todo ello, en Cielos Encantados, al finalizar cada sesión, después de haber cogido el cielo con las manos, como canta nuestro Adolfo Cabrales (1966-), más conocido como Fito, para despedirnos de nuestros amables acompañantes no usamos la palabra gracias. Usamos la palabra enhorabuena.

Isidoro Gonzalez Navarro

Divulgados astronómico – Orgulloso Friki de Star Trek

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